Día de la Victoria.







Hoy se conmemoran 66 años de la victoria del Ejército Rojo contra la barbarie nazi, acontecimiento clave para la historia del siglo XX y de éste que recién comienza. Para homenajear al heroico pueblo soviético y su gesta, este breve texto de Paul Carell extraído de su "Operación Barbarroja", es una lección de coraje que se debe recordar.

(..) "Estamos en el 17 de noviembre, en una mañana triste y brumosa. Ante Mussino, al suroeste de Kline, despunta el alba. A las 9, el sol, como una gran bola roja, surge a través de la niebla. En una altura se ha instalado el puesto de observación de una batería pesada. A unos tres kilómetros de allí el lindero de una vasta región boscosa brilla débilmente. Aparte de esto, sólo hay campos rasos cubiertos por una delgada capa de nieve. Hace frío. Todos esperan la orden de ataque.

 Las 10. De golpe, todos los gemelos enfocan el lindero del bosque. Unos jinetes han surgido al galope y desaparecen detrás de una elevación del terreno.
 '¡Tanques rusos!', grita alguien.
 Tres T-34, traqueteantes, avanzan sobre los surcos helados. Desde las primeras casas del pueblo los cañones antitanque empiezan a disparar. Cosa curiosa, ninguna infantería acompaña a los tanques. Y cuando todavía los artilleros no han salido de su asombro, se oye un nuevo grito:

 '¡Atención! ¡Caballería a la derecha del bosque!'.

 ¡Y, verdaderamente, es la caballería!. Se acerca al trote. En cabeza, avanzadillas de reconocimiento. Luego, destacamentos de seguridad, compuestos cada uno de unos 40 a 50 jinetes. Los siguientes son más nutridos y oscilan de 100 a 200. De pronto se despliegan por escuadrones, en un amplio frente, a la salida del bosque. Se va articulando una gigantesca cadena. Detrás de la primera se forma una segunda. ¿Es un sueño?. En aquel momento los oficiales blanden sus sables cuyas hojas brillan al sol. Se lanzan al galope.

'¡Ataque de caballería. Efectivo: un regimiento. Los primeros elementos a 2500 metros!'.

 La voz del observador, un poco temblorosa, resonó en el auricular del escucha. Está acostado en un agujero, sobre una lona de tienda de campaña. En cuanto empezó a nevar recubrió el aparato con una lechada de cal para que no se destacara de la capa de nieve que brilla dulcemente, todavía limpia y blanca, sobre los campos y las colinas de Mussino. Por poco tiempo, procedentes del bosque, avanzan los escuadrones. Los caballos, estribo contra estribo; los jinetes, inclinados sobre sus monturas, sable en ristre.

 Cerca del puesto de observación, los servidores de la ametralladora se apresta  a disparar; el cañon del arma está apoyado firmemente sobre el parapeto de la trinchera. El primer servidor se quita un guante y se acuesta jutno a la culata. El jefe de los servidores tiene los gemelos ante sus ojos. Oyen gritar al observador de artillería en el teléfono: '¡2000 metros!', luego da a la batería los datos para regular el diparo.

 La cosa dura todavía un momento, el tiempo de respirar. Y, sobre los campos nevados de Mussino, da comienzo un terrible espectáculo que la más desorbitada imaginación no podría inventar: la 3ª batería del 107º de artillería de la 106ª división de infantería dispara a cero. Con un retumbar de trueno, las granadas salen de los tubos y estallan en medio de los escuadrones atacantes. Los proyectiles de los cañones antitanques del pueblo, que los T-34 atacan por su lado, estallan en medio del grupo delantero de los rusos. Los caballos caen, los jinetes vuelan por el aire. Rayos, humo, surtidores de barro y fuego.

 El regimiento prosigue su asalto con una disciplina férrea. Gira sobre su ala derecha, en dirección al pueblo. Pero la artillería dispara una salva tras otra. Sus baterías disparan granadas que estallan a 8 metros de altura. El efecto de la metralla, de sus rebotes, es espantoso. Los jinetes son hechos trizas sobre sus sillas, los caballos caen segados.

 Y sin embargo, el horrible espectáculo aún no ha terminado; un segundo regimiento sale del bosque y se despliega para atacar a su vez. Soldados y oficiales han presenciado la tragedia de sus compañeros y, sin embargo,  se lanzan hacia la muerte sin vacilar.

 Las baterías alemanas destruyen esta segunda oleada aún más rápidamente que la primera. Unicamente un grupo que va en cabeza, compuesto por una treintena de jinetes que cabalgan en unos pequeños caballos cosacos ligeros como flechas, logra atravesar el muro de la muerte. ¡Treinta entre mil!. Bajo el fuego de la ametralladora de seguridad se termina su última carga.
 Dos mil caballos y otros tantos jinetes de los dos regimientos de la 44ª División de Caballería Mongola yacen tendidos por el suelo, destrozados, pisoteados, mortalmente heridos, sobre la nieve ensangrentada. Vagan algunos caballos solitarios, trotan hacia el pueblo o hacia el lindero del bosque" (...)



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